Tranquilo bonito, ese imbécil dueño tuyo no va a tocarte mientras yo este presente, tranquilo que voy a cuidar bien de ti y a dejarte como nuevo. Ichiya, ¿para qué demonios le hablas al coche? Vaya preguntas...¿para qué fumas? Pues porque me gusta. Pues lo mismo yo; la gente es una mierda, guerras, miseria, avaricia, malos conductores...en cambio los coches son fiables, con un poco de cariño y retoques pueden hasta volar y llevarte donde quieras. Eh, eh, si quieres ponerte romántico yo me voy puedes metérsela por el...¿escape? Muy graciosa, reina de hielo, anda vete a cagar granizados de fresa, y de paso tráeme la llave dinamométrica de la caja de herramientas de ahí encima, con cuidado, y el juego de dados, ya que estás; voy a empezar a recomponerle el corazón a este cachorrito. "Cachorrito" dice, es un Pontiac GTO del 65, podría darme un baño de espuma de esos que tanto les gustan a los yankis en su motor.
Aún recordaba la "vuelta" que había ido a dar con Ichiya hacía dos noches. Resulta que lo único que conservaba de serie su coche era la plaquita de Lexus en la parte delantera. Nada más entrar vio que el salpicadero estaba lleno de indicadores, botones, interruptores y leds rojos y verdes, tenía la sensación de estar entrando en un coche de la NASCAR con las barras anti-vuelco y los sillones de competición. Dijo que le apetecía correr un poco, no le gustaba competir, así que tenia que aprovechar los días entre semana para no encontrarse con nadie subiendo a la montaña, corría porque le gustaba. Y no competía no precisamente por ser lento, tuvo que reprimir más de un chillido al tomar las curvas de la subida, ella misma había estado allí hacía varias horas y, a pesar de que el R34 era tracción 4x4, no habría podido dar una curva ni la mitad de rápido de lo que lo había hecho él con un Lexus de tracción trasera. Mientras corría, Ichiya sonreía como si fuera un niño pequeño y hasta le habló más de una vez, muy tranquilo, pero ella estaba muy ocupada reprimiendo los nervios para no quitarse un zapato y utilizarlo como arma blanca contra él, como para entender una palabra. Una vez llegaron arriba, Ichiya aparcó justo al borde de la montaña, donde se podía ver casi a vista de pájaro el pueblo, dejó bajar la temperatura del motor con el ventilador unos cuantos minutos y luego lo apagó. Hablaron distendidamente. Se dio cuenta de Ichiya también había estado muy preocupado por Fernando y que por eso cada vez que había ido a hablar con ella había sido algo tosco y un poco antipático; por primera vez se relajaron y mantuvieron una charla tranquila conociéndose un poco mejor. Resulta que, siendo joven, había discutido con su padre, que quería que estudiara medicina, para irse a montar un taller con unos amigos; la medicina no era la suyo, ni la gente, ni nada de eso y solo quería hacer lo que más le gustaba, arreglar coches y trastear en ellos. Desde niño lo había hecho, con 14 años construyó un kart con un motor de corta-césped averiado, el piñón y la cadena de una bicicleta y los desperdicios de carretillas y tablas que había cerca de su casa. Realmente, lo único que quería era estar entre coches, las personas no le gustaban demasiado, lo único que le llamaba realmente era un motor encendido. Para él era como una nana para un un niño pequeño, realmente era lo único que conseguía hacerlo dormir; por eso pasaba tantas horas despierto arreglando coches, porque dejarlos sin desperfectos era la mejor manera de conciliar el sueño.
En la bajada lo entendió. Ichiya era igual que ella, tenía a alguien con quien compartía algo especial y no quería perderlo, a pesar de que fuera de forma distinta a la de ella. Estaba claro que Ichiya no sentía atracción sexual por Fernando, o eso esperaba, pero por alguna razón que no alcanzaba a imaginar -teniendo en cuenta lo que había estado descubriendo últimamente- estos dos tenían una buena amistad, sobre todo para ser alguien a quien no le gustaba la gente y casi siempre prefería pegarse soliloquios junto a un coche. Qué extraña es la vida. Incluso sin darse cuenta ya había empezado a resultar de ayuda en el taller y era más una especie de secretaria que también alcanzaba herramientas y apretaba algunos botones de algunas máquinas; no por ello Ichiya había dejado de tenerla por una inútil y aún seguía tratándola como si fuera su primer día allí. A pesar de sentirse algo minusvalorada, le daba su tiempo a Ichiya para que delegara en ella según se sintiera cómodo dejándola acercarse a sus "preciados niños" y trataba de evitarle el contacto humano del que tantas veces quejaba: "retrasados, rompecoches y gilipollas", repetía constantemente. A toda regla le llega su excepción, había personas con las que departía bastante rato y hasta bromeaba con ellas. Por lo general eran las chicas que pasaban en bikini con un bolso de playa, y buenas tetas, que se dirigían a la playa, ya le conocían así que solían detenerse a reír un rato con sus bromas. Era carismático cuando se lo proponía ese desgraciado. Apostaría a que se las follaba a todas, y con todas se llevaba bien y no había visto ninguna clase de disputa estrogénica por allí cerca. Qué gente más rara. También se llevaba bien con el tipo de la tienda de repuestos, un tal "Manito", dudaba que ese fuera su nombre, pero la verdad es que daba lo mismo. Bueno, al menos para ser algo sociópata y una montaña de fibra, no era un tipo agresivo, o eso pensaba.
Para toda regla está su excepción. Semanas después se escuchó el rugido de un motor de altas revoluciones, no más de dos litros, pensó, podía escuchar el silbido del turbo y el siseo del filtro de aire al cambiar de marcha. Ichiya se quedó como un perro guardián, saco la cabeza del capo del Celica negro y apoyó una mano en la carrocería y la otra la apretó con fuerza mientras sostenía la llave inglesa. Notó cómo la atmósfera del lugar se enrarecía y ella misma empezó a ponerse nerviosa. Qué coño pasa. El coche se acercaba, dobló la ultima curva, recta de 100 metros hasta el taller y se cruzó justo delante. Un Honda Civic Type R rojo metalizado, alerón y llantas negras. Tardó ella más en analizar el coche que Ichiya en echar a correr con la llave inglesa y mucha mala leche. Ver a un tipo de casi dos metros y más de 100 kilos de músculo correr de esa manera hacia ti debe de dar un cague impresionante, y vaya si lo daba, porque el tipo del Civic salió como alma que lleva el diablo en dirección a la playa gritando algo de "supéralo cabrón" mientras Ichiya no hacía más que gruñir y mascullar algo de una puta. El tipo del Civic no debía medir mucho más de metro setenta, pelo corto rubio y tez morena por el sol, se había dejado patillas y chiva; bermudas beige y camiseta blanca. O era así cuando salió del coche, porque ahora mismo era una especie de maniquí algo amorfo vapuleado por Ichiya contra la arena mojada y las olas. Le metia la cabeza en la arena hasta que comía medio bocado y luego, al venir una ola, lo ahogaba en ella hasta que se iba. Y qué energía, en cuanto cogía un poco de aire soltaba algo parecido a "hijoputa" mientras escupía arena. Así unos 10 minutos. Cuando Ichiya lo trajo a rastras hasta el taller, el tipo parecía estar muerto, salvo porque respiraba.
¿Quien es? Mi cuñado.
En la bajada lo entendió. Ichiya era igual que ella, tenía a alguien con quien compartía algo especial y no quería perderlo, a pesar de que fuera de forma distinta a la de ella. Estaba claro que Ichiya no sentía atracción sexual por Fernando, o eso esperaba, pero por alguna razón que no alcanzaba a imaginar -teniendo en cuenta lo que había estado descubriendo últimamente- estos dos tenían una buena amistad, sobre todo para ser alguien a quien no le gustaba la gente y casi siempre prefería pegarse soliloquios junto a un coche. Qué extraña es la vida. Incluso sin darse cuenta ya había empezado a resultar de ayuda en el taller y era más una especie de secretaria que también alcanzaba herramientas y apretaba algunos botones de algunas máquinas; no por ello Ichiya había dejado de tenerla por una inútil y aún seguía tratándola como si fuera su primer día allí. A pesar de sentirse algo minusvalorada, le daba su tiempo a Ichiya para que delegara en ella según se sintiera cómodo dejándola acercarse a sus "preciados niños" y trataba de evitarle el contacto humano del que tantas veces quejaba: "retrasados, rompecoches y gilipollas", repetía constantemente. A toda regla le llega su excepción, había personas con las que departía bastante rato y hasta bromeaba con ellas. Por lo general eran las chicas que pasaban en bikini con un bolso de playa, y buenas tetas, que se dirigían a la playa, ya le conocían así que solían detenerse a reír un rato con sus bromas. Era carismático cuando se lo proponía ese desgraciado. Apostaría a que se las follaba a todas, y con todas se llevaba bien y no había visto ninguna clase de disputa estrogénica por allí cerca. Qué gente más rara. También se llevaba bien con el tipo de la tienda de repuestos, un tal "Manito", dudaba que ese fuera su nombre, pero la verdad es que daba lo mismo. Bueno, al menos para ser algo sociópata y una montaña de fibra, no era un tipo agresivo, o eso pensaba.
Para toda regla está su excepción. Semanas después se escuchó el rugido de un motor de altas revoluciones, no más de dos litros, pensó, podía escuchar el silbido del turbo y el siseo del filtro de aire al cambiar de marcha. Ichiya se quedó como un perro guardián, saco la cabeza del capo del Celica negro y apoyó una mano en la carrocería y la otra la apretó con fuerza mientras sostenía la llave inglesa. Notó cómo la atmósfera del lugar se enrarecía y ella misma empezó a ponerse nerviosa. Qué coño pasa. El coche se acercaba, dobló la ultima curva, recta de 100 metros hasta el taller y se cruzó justo delante. Un Honda Civic Type R rojo metalizado, alerón y llantas negras. Tardó ella más en analizar el coche que Ichiya en echar a correr con la llave inglesa y mucha mala leche. Ver a un tipo de casi dos metros y más de 100 kilos de músculo correr de esa manera hacia ti debe de dar un cague impresionante, y vaya si lo daba, porque el tipo del Civic salió como alma que lleva el diablo en dirección a la playa gritando algo de "supéralo cabrón" mientras Ichiya no hacía más que gruñir y mascullar algo de una puta. El tipo del Civic no debía medir mucho más de metro setenta, pelo corto rubio y tez morena por el sol, se había dejado patillas y chiva; bermudas beige y camiseta blanca. O era así cuando salió del coche, porque ahora mismo era una especie de maniquí algo amorfo vapuleado por Ichiya contra la arena mojada y las olas. Le metia la cabeza en la arena hasta que comía medio bocado y luego, al venir una ola, lo ahogaba en ella hasta que se iba. Y qué energía, en cuanto cogía un poco de aire soltaba algo parecido a "hijoputa" mientras escupía arena. Así unos 10 minutos. Cuando Ichiya lo trajo a rastras hasta el taller, el tipo parecía estar muerto, salvo porque respiraba.
¿Quien es? Mi cuñado.
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