viernes, 6 de junio de 2014

El Dragón Rojo - I

Una vez más discutían. Discutían como si nunca se hubiera ido, como si el tiempo nunca hubiera pasado. Por qué tienes que ser así. Ni yo mismo lo sé. Le habría gustado responderle una vez ella se hubo apoyado en la pared fuera de la discoteca. Él se apoyó a su lado. Ella encendió un cigarro. Que te den por culo.

Una vez más le dijo que no podía contarle nada, que no la obligaba a nada, podía marcharse si quería, pero contarle todo no haría más que empeorar la situación ¿Empeorar la situación? Eres un gilipollas, cuando te fuiste de aquí con 15 años eras un puto pandillero listillo hasta el culo de problemas y con una soga al cuello; ahora que vuelves te haces el misterioso, no sé si para darte aires o porque traes más mierda que cuando te fuiste, pero tú no vayas a pensar en los demás, no, en los que nos quedamos aquí y no sabíamos si conservabas tus huevos o te los habían cortado por a saber qué de tus mierdas y ahora vuelves como si nada y tenemos que tragar.

Sonrió. Con los ojos cerrados podía evadir el hedor a nicotina y humo y dejarse acariciar por el perfume de ella que se movía empujado por los bajos de los altavoces que aún sentía bajo sus pies. Le quitó el cigarrillo de la boca y le dio una calada. Le habló mientas le soltaba el humo en la cara. Deberías dejarlo, esta mierda va a matarte; ¿sabes? siempre has sido muy dramática, solo te falta la calavera, Macbeth, además siempre has estado mucho más guapa enfadada, te realza eso tuyo que no es de nadie, pero que es de todas y tú irradias más. Le dio una última y profunda calada al cigarro y tiró el filtro casi quemándose; se acercó hasta su cara aún más y casi rozó sus labios agachando la cabeza, expiró poco a poco, como si fuese el último aliento humeante de un dragón moribundo.

Yo seré dramática, pero tú bien que le das mil vueltas a las cosas, joder… La calló con un dedo en los labios. ¿Sabes? Eres perfecta, si fuera poeta te dedicaría mis versos de por vida, al negro de tus ojos marrones; a tu pelo, que cae sobre tu cara cara para tu tapar tus colores y tu sonrisa cuando sabes que te estoy llamando guapa. Recorrió con su dedo corazón la mano izquierda de ella y mientras iba hablando subió por su brazo. Me encantaría recorrer tu cuerpo entero dando saltos de lunar en lunar, iría dando saltos de astronauta imitando la estática de radio de las películas y diciendo: “Houston, Houston, tenemos un problema, ésto está duro”; ríete mujer, sé que sabes;  aunque seguramente acabaría dejándolo para hacerme astrónomo, para poder quedarme contigo a oscuras cada noche, y de paso poder mirar las estrellas. Acariciaba ya su mejilla.

Por desgracia, apenas escribo más que mi nombre, me salgo fuera de las líneas al colorear y acabé secundaria creyendo que la luna era una estrella. Retiró entonces la caricia y bajó la cabeza. Apenas tengo que ofrecerte y, casi todo, es malo, pero hasta el malo de la película puede hacer regalos de vez en cuando, aunque no voy a contarte mi plan. Ella buscaba sus ojos y tiraba de su camisa. Él miró su reloj. Aunque si quieres que te cuente algo irás hasta el final de la calle, girarás a la derecha y subirás al tercer coche negro que veas aparcado, está abierto. ¿Qué dices? ¡Hazlo!

Ella le vio entrar en la discoteca de nuevo justo antes de girar en la esquina; subió al coche negro que permanecía en la penumbra, apenas se distinguía su forma, y cogió un sobre que ponía su nombre y lo abrió. Un pendrive y un papel que decía “Ésta es la verdad, ahora mira en la guantera y vete. Ya hablaremos”. Dinero en efectivo y un móvil. La llave en el parasol, qué típico. En ese mismo instante sintió como el suelo se estremecía y un gran estruendo brotó desde detrás de la esquina que acababa de girar, acto seguido empezaron a sonar las alarmas de todos los coches circundantes. Bajó del coche y corrió hacia la calle en la que había estado fumándose un cigarrillo hasta hacía unos instantes. La estructura que se suponía la discoteca era ahora un montón de escombros en la calle y dentro de otros edificios, que la misma explosión había catapultado. Apenas había unas escasas llamas entre los escombros, no corría ninguna brisa, nada se movía, mientras ella observaba desde cierta distancia. Jo-der. Dio media vuelta y se metió dentro del coche. Giró el contacto y el motor encendió. De alguna forma, más que rugir o vibrar, el motor estremeció el coche, era un sonido de un motor potente. Se encendieron las luces de los indicadores, azules con agujas rojas. Aceleró una vez más. Pero que pedazo de motor tiene este coche. Primera y arranco suavemente evitando las calles donde hubiera escombros, mientras trataba de pensar en que él no estaba muerto.


Ya podría haber dejado el depósito lleno, su padre; al menos espero que esté bien. En la gasolinera había buena luz, así que pudo ver el coche. Un Nissan Skyline, con un sobrio negro satinado, unas llantas O.Z.  grises con neumáticos de perfil bajo. Tenia un alerón negro y alto, a la altura del techo, con patas de metal. Las lunas estaban tintadas de negro, pero se notaba que era muy reciente, igual que la pintura. Pagó la gasolina y aparcó el coche justo fuera de la gasolinera, encendió la luz del techo y se puso a curiosear. Pulsó un botón rojo que estaba escondido detrás del volante. En ese instante, la parte del salpicadero donde debería estar el airbag frontal del copiloto se abrió y salio una pantalla táctil. Parpadeó un par de veces y se dibujaron en la pantalla unas letras en rojo “ningún destino disponible”, el aparato pareció apagarse, pero enseguida apareció otro texto “al taller”. Apareció entonces un mapa y se fue dibujando una ruta que salía de la ciudad y seguía la línea de la costa hasta un pequeño pueblo costero a unos 250 km. Entonces, una voz de mujer hecha por ordenador, dijo en tono cortés: “El tráfico a esta hora de la noche es medio-bajo. Se han producido varios atascos, las autoridades han cerrado varias calles. Se aconseja un rodeo. Tiempo estimado de viaje a velocidad moderada: 50 minutos.”. En ese momento ella parpadeó, debía haber escuchado mal: 50 minutos y a velocidad moderada, dando un rodeo, ¿cuánto corre este coche? Se encogió de hombros y arrancó.


La hora estimada se transformó en aproximadamente dos horas. El coche no derrapaba en las curvas ni parecía haber ninguna pérdida de control, pero le daba miedo, ya le parecía ir demasiado rápido. Era imposible cubrir esa distancia en menos de una hora, a pesar de que era un tramo con bastantes rectas y de curvas rápidas. El aparato estaba estropeado, y no entendía su repentina obsesión acerca del tiempo que tardaría en cubrir el trayecto. En una de las rectas aceleró a fondo tras meter la cuarta al salir de la curva, pudo sentir el empuje del turbo y a 8000 revoluciones empezó a notar que el efecto túnel se hacía demasiado intenso y levantó el pie del acelerador. Mierda, este trasto tiene de toda clase de instrumentos, pero no tiene velocímetro, y ni siquiera soy capaz de pisar a medio pedal.

Ya estaba entrando en la calle destino. Se trataba de una calle a pie de playa, es decir, con la arena a un lado y las casas al otro; el GPS parecía señalar hacia un garaje bastante amplio, con al menos cuatro entradas con rampas de cemento. Llegó justo hasta en frente de una de las entradas y dejó el coche en marcha mientras decidía qué iba a hacer. Justo en ese momento la puerta se corrió con violencia hacia arriba y apareció un hombre bastante de grande, de 1'90, sin camiseta, con pantalones cortos y todo pringado de grasa, tenia la cabeza afeitada y venia con un paño que había perdido su blancura años atrás con el que se limpiaba las manos. Reconozco ese motor de aquí a Mongolia.

¿Qué le ha pasado al Dragón? Este tío... tenía que dárselo a una mujer, le pierdo la pista un mes y mira lo que hace; de todas formas, ¿qué haces aquí, hermosa? Aquel hombre, que apestaba a sudor y grasa de motor, la miraba como si mirara a una fulana cualquiera y de alguna forma parecía molesto con el aspecto del coche. Me envía Fernando, bueno, más bien me ha dicho que me quedara con su coche, he tocado un botón y ese cacharro con voz de Loquendo me ha traído hasta aquí; y no lo había pensando hasta ahora, pero puede que este muerto. Bueno, te ha prestado su coche se nota que no eres una cualquiera, jajaja, venga, mete al niño en el garaje, le paso consulta y ya que estás me cuentas algún detalle más; este tío pasa más tiempo "muerto" que borracho, que ya es decir.

El coche parecía estar bien, salvo por algo de "un dragón desaparecido" que había mencionado Ichiya, que puestos, no era su verdadero nombre, era el nombre de un personaje de anime que le gustaba; por lo visto odiaba usar su verdadero nombre y no iba a decírselo. Vaya personaje. Mientras Ichiya estaba en la ducha ella vio un portátil encendido y decidió averiguar qué había dentro del pendrive que le había dejado Fernando. Había un solo documento de texto de 5 kb. Lo abrió y con sorpresa descubrió una sola frase: "Pregúntale a Ichiya acerca de mi historia, es de confianza". Hijo de puta, tanta ceremonia de espías para éso...

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