Todos
hablamos un poco de nosotros siempre. La forma en que caminamos, nuestra forma
de hablar, nuestro léxico, nuestro acento, nuestra forma de mirar antes de
cruzar y por dónde lo hacemos, en nuestros comentarios de Facebook, cuando
hablamos de las series que nos gustan, cuando miramos el atardecer o cuando lo
ignoramos. Siempre me ha gustado conocer pequeños detalles de la gente que me
rodea, de perfectos desconocidos, solo por su forma de sostener el cigarrillo o
de la forma en que bebe una taza de café. Es como armar un rompecabezas, a veces ves
piezas interesantes y otras muchas las descartas, porque no son las que buscas.
Yo digo mucho de mi muchas veces mientras escribo, supongo que mucho más de lo
que le he confesado a nadie nunca, dentro de mis letras están ocultos casi
todos mis secretos, los más oscuros sobre todo. Pero hay algo que supongo que
se trasluce, que lo noto cuando me leo a mi mismo. Es fútil, pero supongo que
puedo notarla, porque no es algo que sienta muy a menudo, la ilusión. De verdad
que no hay nada en este mundo que disfrute tanto y me haga sentir tan realizado
como la sensación de las teclas hundiéndose bajo mis dedos. Casi puedo recordar
cada letra, cada palabra que tuve que buscar en mi cabeza para ser conciso,
cada error de ortografía. Es raro pero, no hay muchas cosas de puertas para
afuera que me llamen la atención. A pesar de que suene triste, casi nada
consigue hacerme ilusión. Yo no tengo un sueño como otros, de ser un gran
hombre de negocios, de hacer grandes reportajes, de salvar vidas, de formar una
gran familia, hacer un descubrimiento científico o de transmitir creencias
religiosas. Yo no tengo metas en mi vida. Yo solo necesito mi teclado. Yo. Yo.
Yo. Puedo crear universos enteros, con miles de cientos de millones de estrellas
sin un solo rincón a oscuras y destruirlos en un instante en un enorme
espectáculo pirotécnico. Yo solo necesito sentarme frente a mi ordenador. No me
importa en gran medida la ética o la moral, la economía o la política, las
creencias o las religiones.
Mi familia me ha preguntado muchas veces por
qué juego a videojuegos teniendo ya los 20 "tacos", que soy un hombre hecho y
derecho, con su barba y todo. Pues por el simple motivo de que esos videojuegos
estimulan lo único que me resulta valioso de mi mismo, mi mente, me abren
puertas a universos desconocidos y estimulantes que de cualquier otra forma no
podría conocer. Para cualquier otro puede resultar penoso, pero me hace gracia
imaginarme conduciendo un tanque de la segunda guerra mundial o un helicóptero
de ataque moderno, meterme en la piel de un soldado en una escaramuza con armas de fuego o jugar a
los detectives en un manicomio. Muchas veces levanto la cabeza y me planteo lo
que me espera fuera. Indiferencia. Mucha gente pasa por la vida pensando en
dinero, en las personas del otro sexo, en el próximo "colocón", agobiados por los
estudios o en dónde saldrán de fiesta el fin de semana. A veces me
siento agobiado incluso hablando de literatura. La gente quiere medir,
calificar, estructurar, memorizar. Simplificar lo complicado y complicar lo
simple. No soy un encuevado, por su puesto. Me gusta disfrutar de un paseo al
aire libre, una puesta de sol, una charla distendida y burlesca con algún
colega, una cerveza, un intercambio fútil de ideas. Pero realmente nada se
compara a mi teclado. He escrito versos y besos, guiños y sonrisas, caricias y
tortazos. Lo que quiero ser, lo que no, lo que me gustaría que pasara ahí fuera
y lo que no. Lo que me da miedo, lo que odio, lo que echo de menos, lo que me
gustaría encontrar al abrir mi puerta un día.
Realmente quisiera encontrar la
ilusión en la sonrisa de una chica, en sus ojos, en sus labios, en sus
palabras; o en mi carrera, con un futuro brillante, o no, lleno de
posibilidades y experiencias; tal vez en mi cuerpo para tonificar mi físico y
convertirme en un Adonis. Pero ni siquiera necesito drogarme. Es tan lineal y
solitario. Porque siento que un mundo de fantasía no puede ser salubre,
que debería tener contacto con la realidad y experimentar en la vida. Pero
siento que no encajo en ningún mundo. Lo he intentado. A veces me siento como
si hablara con completos imbéciles cada cual más banal y estúpido que el
anterior; a veces siento como si todo eso de lo que hablaran pillara lejos,
allá, por Marte a la izquierda y luego todo recto. No planeo escribir los
mejores versos del mundo, ni una trilogía universal y apartada del paso del
tiempo. Ni siquiera espero algún día encontrar al amor de mi vida. Mi
existencia se limita a cuándo llegará el momento de teclear y a cuándo dejar de
hacerlo. La apatía y el vacío se apoderan de mi.
A veces me siento triste,
quisiera lo que tienen otros, una novia, un sueño, una aspiración, un ideal. La
vida parece no tener sentido cuando no tienes una meta, cuando no hay nada al
final del camino por lo que intentar molestarse, solo la fría y oscura muerte.
Al hoyo. Donde no importa cuanto dinero
tuvieras, si fuiste amado u odiado, si aterrorizaste al mundo o pasaste
inadvertido como los susurros de los caídos en el desierto. Ni siquiera tengo
una razón de peso para levantarme de la cama y empezar el día con ilusión, ni
por lo que perder el sueño emocionado. Solo abro los ojos y me planteo quedarme
quieto y volver a dormirme para dejar que pase el tiempo, no evito nada, no
busco nada. A veces me gustaría despertarme y tener a alguien a mi lado a quien
poder abrazar y sentir el tacto de otra persona bajo mis dedos, que mis
susurros no queden en la almohada, que mi calor no se disperse en el aire por
las noches. Pero, ¿dónde encontrar a alguien que quiera compartir un presente sin futuro?
No soy un gran seguidor de la música, escucho lo poco que conozco
según como me sienta en ese momento o según mis necesidades; tampoco soy un
cinéfilo, ni un bebedor empedernido, ni fumo ni me drogo, ni juego ni rapto
adolescentes para fetiches; ni siquiera leo libros de un tipo concreto ni demasiados. En ocasiones pienso que estoy pasando por la vida como una
hoja que se deja llevar por la corriente de aire, rodando por la calle hasta
acabar en un cubo de basura o enrollada y mugrienta, deshecha en el lodo y despedazada por el viento.
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