sábado, 3 de mayo de 2014

En un segundo

   Todos hablamos un poco de nosotros siempre. La forma en que caminamos, nuestra forma de hablar, nuestro léxico, nuestro acento, nuestra forma de mirar antes de cruzar y por dónde lo hacemos, en nuestros comentarios de Facebook, cuando hablamos de las series que nos gustan, cuando miramos el atardecer o cuando lo ignoramos. Siempre me ha gustado conocer pequeños detalles de la gente que me rodea, de perfectos desconocidos, solo por su forma de sostener el cigarrillo o de la forma en que bebe una taza de café. Es como armar un rompecabezas, a veces ves piezas interesantes y otras muchas las descartas, porque no son las que buscas. Yo digo mucho de mi muchas veces mientras escribo, supongo que mucho más de lo que le he confesado a nadie nunca, dentro de mis letras están ocultos casi todos mis secretos, los más oscuros sobre todo. Pero hay algo que supongo que se trasluce, que lo noto cuando me leo a mi mismo. Es fútil, pero supongo que puedo notarla, porque no es algo que sienta muy a menudo, la ilusión. De verdad que no hay nada en este mundo que disfrute tanto y me haga sentir tan realizado como la sensación de las teclas hundiéndose bajo mis dedos. Casi puedo recordar cada letra, cada palabra que tuve que buscar en mi cabeza para ser conciso, cada error de ortografía. Es raro pero, no hay muchas cosas de puertas para afuera que me llamen la atención. A pesar de que suene triste, casi nada consigue hacerme ilusión. Yo no tengo un sueño como otros, de ser un gran hombre de negocios, de hacer grandes reportajes, de salvar vidas, de formar una gran familia, hacer un descubrimiento científico o de transmitir creencias religiosas. Yo no tengo metas en mi vida. Yo solo necesito mi teclado. Yo. Yo. Yo. Puedo crear universos enteros, con miles de cientos de millones de estrellas sin un solo rincón a oscuras y destruirlos en un instante en un enorme espectáculo pirotécnico. Yo solo necesito sentarme frente a mi ordenador. No me importa en gran medida la ética o la moral, la economía o la política, las creencias o las religiones. 

   Mi familia me ha preguntado muchas veces por qué juego a videojuegos teniendo ya los 20 "tacos", que soy un hombre hecho y derecho, con su barba y todo. Pues por el simple motivo de que esos videojuegos estimulan lo único que me resulta valioso de mi mismo, mi mente, me abren puertas a universos desconocidos y estimulantes que de cualquier otra forma no podría conocer. Para cualquier otro puede resultar penoso, pero me hace gracia imaginarme conduciendo un tanque de la segunda guerra mundial o un helicóptero de ataque moderno, meterme en la piel de un soldado en una escaramuza con armas de fuego o jugar a los detectives en un manicomio. Muchas veces levanto la cabeza y me planteo lo que me espera fuera. Indiferencia. Mucha gente pasa por la vida pensando en dinero, en las personas del otro sexo, en el próximo "colocón", agobiados por los estudios o en dónde saldrán de fiesta el fin de semana. A veces me siento agobiado incluso hablando de literatura. La gente quiere medir, calificar, estructurar, memorizar. Simplificar lo complicado y complicar lo simple. No soy un encuevado, por su puesto. Me gusta disfrutar de un paseo al aire libre, una puesta de sol, una charla distendida y burlesca con algún colega, una cerveza, un intercambio fútil de ideas. Pero realmente nada se compara a mi teclado. He escrito versos y besos, guiños y sonrisas, caricias y tortazos. Lo que quiero ser, lo que no, lo que me gustaría que pasara ahí fuera y lo que no. Lo que me da miedo, lo que odio, lo que echo de menos, lo que me gustaría encontrar al abrir mi puerta un día. 

   Realmente quisiera encontrar la ilusión en la sonrisa de una chica, en sus ojos, en sus labios, en sus palabras; o en mi carrera, con un futuro brillante, o no, lleno de posibilidades y experiencias; tal vez en mi cuerpo para tonificar mi físico y convertirme en un Adonis. Pero ni siquiera necesito drogarme. Es tan lineal y solitario. Porque siento que un mundo de fantasía no puede ser salubre, que debería tener contacto con la realidad y experimentar en la vida. Pero siento que no encajo en ningún mundo. Lo he intentado. A veces me siento como si hablara con completos imbéciles cada cual más banal y estúpido que el anterior; a veces siento como si todo eso de lo que hablaran pillara lejos, allá, por Marte a la izquierda y luego todo recto. No planeo escribir los mejores versos del mundo, ni una trilogía universal y apartada del paso del tiempo. Ni siquiera espero algún día encontrar al amor de mi vida. Mi existencia se limita a cuándo llegará el momento de teclear y a cuándo dejar de hacerlo. La apatía y el vacío se apoderan de mi. 

   A veces me siento triste, quisiera lo que tienen otros, una novia, un sueño, una aspiración, un ideal. La vida parece no tener sentido cuando no tienes una meta, cuando no hay nada al final del camino por lo que intentar molestarse, solo la fría y oscura muerte. Al hoyo. Donde no importa cuanto dinero tuvieras, si fuiste amado u odiado, si aterrorizaste al mundo o pasaste inadvertido como los susurros de los caídos en el desierto. Ni siquiera tengo una razón de peso para levantarme de la cama y empezar el día con ilusión, ni por lo que perder el sueño emocionado. Solo abro los ojos y me planteo quedarme quieto y volver a dormirme para dejar que pase el tiempo, no evito nada, no busco nada. A veces me gustaría despertarme y tener a alguien a mi lado a quien poder abrazar y sentir el tacto de otra persona bajo mis dedos, que mis susurros no queden en la almohada, que mi calor no se disperse en el aire por las noches. Pero, ¿dónde encontrar a alguien que quiera compartir un presente sin futuro?

  No soy un gran seguidor de la música, escucho lo poco que conozco según como me sienta en ese momento o según mis necesidades; tampoco soy un cinéfilo, ni un bebedor empedernido, ni fumo ni me drogo, ni juego ni rapto adolescentes para fetiches; ni siquiera leo libros de un tipo concreto ni demasiados. En ocasiones pienso que estoy pasando por la vida como una hoja que se deja llevar por la corriente de aire, rodando por la calle hasta acabar en un cubo de basura o enrollada y mugrienta, deshecha en el lodo y despedazada por el viento.

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