domingo, 18 de mayo de 2014

El Dragón Rojo - II

Por vez primera se lo planteó en serio: el único hombre que le importaba podría haber muerto. Quisiera que siguiera vivo. Pero los escombros en llamas y el humeante escenario en el que la soledad y la incertidumbre en el que, por coincidencia, no había sido capaz de ver ningún cadáver. Sintió remordimientos por su frialdad, por la aspereza de sus comentarios, por su egoísmo al no preguntar acerca de la extraña partida de Fernando. Solo sabía que lo había echado de menos y que, en cuanto lo había "recuperado", lo había perdido de nuevo de vista. Solo pudo recordar las noches vacías que había pasado en soledad y aquel par de días algo misterioso que había pasado con él antes de la nueva desaparición. Solo podía hacer lo que había hecho siempre: seguir adelante.

Salió Ichiya de la ducha. Seguramente había preferido quedarse sin secar el agua de su piel, maltratada por la grasa y el sol de la playa, debido a que hacía calor. Entonces pudo verlo. un tatuaje que asemejaba a un tigre rasgando su tórax. Las heridas que promulgaba ese "tintesco" y fiero tigre, se fundían escalofriantemente con tres cicatrices profundas y dolorosas en el pecho de Ichiya, que salía con una sonrisa y cara de alivio del cuarto de baño.

Ya podrías cubrirte con algo más que una toalla. Ni que te pusiera nerviosa, tú sabrás si andas mirando las cosas de los desconocidos. A mi no me vengas con sarcasmos y "tonitos" guarros, no vas a saber lo que es una mujer tocándome a mí, así que ya puedes ir contándome por qué Fernando ha sido tan gilipollas como para confiar en ti. Vaya, que mala leche, ya sé por qué le gustas tanto.

El motor rugía. Seguía sintiendo una descarga de adrenalina cada vez que aceleraba y las ruedas lanzaban un quejido catapultando el coche a una velocidad de vértigo. Pero quería que el chute la hiciera olvidarse de lo que acababa de oír, quería desconectar y no estar metida en su piel por un momento. Se sentía imbécil. Pero era su culpa, por querer hacerse el héroe, el chico guay y el caballero que no le cuenta nada a nadie, porque no quiere ayuda. Podría tener un coche con los últimos avances en mecánica, pero tenia una mentalidad de un imbécil medieval, no le sorprendería que ese imbécil se hubiera ido a buscar dragones.

Paró en una cafetería de aquel pueblucho costero. Apenas había una camioneta y un mono-volumen estacionados al final del aparcamiento del local, así que dejó el coche justo en frente de la entrada. Pidió un café fuerte y una cerveza. se bebió el café tan rápido como pudo y luego pidió otra cerveza, ya que aquella estaba por extinguirse en unos pocos segundos. Pegó la frente a la barra sujetando con ambas manos la cerveza, derrotada. En ese momento entraron unos jóvenes en el establecimiento. Muy joviales comentaban algo acerca de un coche.

¿Por qué le habrá quitado el vinilo del Dragon? No lo sé, se habrá vuelto loco, o estará cambiando el estilo. Me han contado que el dibujo tenia algo que ver con una promesa. Ya debe de haberla cumplido. Quién sabe. Espero que no deje de correr, en la carrera del fin de semana tenía planeado ganar dinero en una apuesta. Bah, ni que alguien apostara en su contra alguna vez. Sí, jaja, solo los idiotas lo hacen, pero es que he conseguido a unos capullos de la ciudad con mas pelas que cerebro que se creen que pueden ganarle, chollo asegurado. Oye, méteme en eso. Está hecho. Es que ese R34 es la leche. Ya te digo, tío.

¿R34? ¿Hablaban de su Skyline? No sonaba a Fernando, la verdad es que el siempre había sido más un pringado, a pesar de que empezó a meterse en negocios turbios cuando empezó a hacerle falta dinero, y desde el primer momento que le había visto no le creía capaz siquiera de pasar de 120; pero quién sabe, estaba bastante cambiado, a pesar de que esa sonrisa petulante nunca desaparecía. No podía siquiera creerse que hubiera estado trabajando con un cártel de la droga, ni siquiera se lo imaginaba a menos de un kilómetro de cualquier tipo de sustancia estupefaciente, ni siquiera le había visto beber nunca. Joder, que mierda es todo esto.

"Pues sí, por lo visto ese tío es algo así como un genio, por muy poco que lo demuestre, debe ser que estaba trabajando en alguna especie de aislante térmico hermético que podría servir bien hasta para las ruedas de los coches, que es de lo que yo entiendo; pero a algún chicano de esos que ven negocio en todas partes se le ocurrió envolver la coca con él un día, y resulta que si lavas bien el exterior del paquete, los perros no pueden detectarla y puedes meterla en casi cualquier sitio y hasta hacerlo con forma de tubo para esconderlo en el chasis; bah, le dejo la tarea de dónde coño esconderla a esos capullos. Total, que le amenazaron con algo peor que mataros a su hermana y a ti, si no les ayudaba con su trabajo", eso es más o menos lo que le dijo Ichiya. Seguía pensando que era un nombre estúpido.

Era jueves, así que aquel pueblo estaba bastante muerto por la noche y el sueño empezaba a apoderarse de ella. Volvió al taller y encontró a Ichiya otra vez trabajando en un coche. Un Camaro SS del 65, con embellecedores plateados de esos que tanto les gustan a los americanos, era naranja con dos rayas negras de carreras y llantas cromadas de radios. Acababa de bañarse y trasteando en aquel motor ya estaba empezando a llegarle la grasa hasta los codos, menudo arte para ensuciarse.

¿Nunca duermes o qué? y menos mal que acabas de darte una ducha, en media hora estarás pringado hasta las orejas. Es que no puedo dormir sabiendo que en mi taller hay un supercargador sucio y unos pistones desgastados, encontraré el sueño cuando haya vuelvo a montar el bloque del motor. Que rarito que eres...mira, necesito un sitio donde dormir, ¿podrías decirme dónde hay un motel o algo? Jajajaja, ¿motel? Cariño, estás en casa de Ichiya, ninguna mujer va a irse a un motel cuando estoy yo cerca; de hecho, todas las casas de ésta manzana son mías, las compré todas juntas con el solar del taller, estaban tiradas de precio, así que elige una y soba cuanto quieras, las llaves están por allí en un cajón, y buenas noches.

Era un sueño espantoso y a pesar de saber que era un pesadilla no podía despertarse. Se encontró en la discoteca de anoche. Lo único que se mantenía en pie era la puerta por la que había visto entrar por última vez a Fernando. La empujó con suma facilidad, estaba helada y el interior hedía a azufre. Vislumbró una carnicería, miembros cercenados y cadáveres desperdigados por todo el lugar. En el fondo de la estancia, apoyado contra la pared, estaba Fernando, en sus últimos estertores. Solo pudo acercarse a el para ver la muerte en sus ojos y ver como su aliento se desvanecía mientras la miraba fijamente. Prorrumpió en llantos y quiso gritar su nombre pero su garganta estaba seca y le dolía, el aire se volvió ácido y ardiente. Empezó a asfixiarse a la vez que se ahogaba con su propio llanto.

La despertó una explosión y le pareció estar atrapada en la pesadilla de la noche anterior, venia de fuera de la casa. Se asomó corriendo a la ventana y volvió a escuchar otra serie de explosiones, como si estuvieran tirando petardos; y de repente apareció por la misma esquina por la que había llegado ella anoche un Subaru Impreza WRX a toda pastilla, tan rápido que se sobresaltó y le dio un cabezazo a la ventana. El coche recorrió la calle y desapareció por la curva del final unas dos veces más y luego entró en el taller de Ichiya. Le escuchó gritar algo como: ¿qué hiciste con él? ¿bajar una montaña haciendo rápel o lo tiraste por un barranco?

sábado, 3 de mayo de 2014

En un segundo

   Todos hablamos un poco de nosotros siempre. La forma en que caminamos, nuestra forma de hablar, nuestro léxico, nuestro acento, nuestra forma de mirar antes de cruzar y por dónde lo hacemos, en nuestros comentarios de Facebook, cuando hablamos de las series que nos gustan, cuando miramos el atardecer o cuando lo ignoramos. Siempre me ha gustado conocer pequeños detalles de la gente que me rodea, de perfectos desconocidos, solo por su forma de sostener el cigarrillo o de la forma en que bebe una taza de café. Es como armar un rompecabezas, a veces ves piezas interesantes y otras muchas las descartas, porque no son las que buscas. Yo digo mucho de mi muchas veces mientras escribo, supongo que mucho más de lo que le he confesado a nadie nunca, dentro de mis letras están ocultos casi todos mis secretos, los más oscuros sobre todo. Pero hay algo que supongo que se trasluce, que lo noto cuando me leo a mi mismo. Es fútil, pero supongo que puedo notarla, porque no es algo que sienta muy a menudo, la ilusión. De verdad que no hay nada en este mundo que disfrute tanto y me haga sentir tan realizado como la sensación de las teclas hundiéndose bajo mis dedos. Casi puedo recordar cada letra, cada palabra que tuve que buscar en mi cabeza para ser conciso, cada error de ortografía. Es raro pero, no hay muchas cosas de puertas para afuera que me llamen la atención. A pesar de que suene triste, casi nada consigue hacerme ilusión. Yo no tengo un sueño como otros, de ser un gran hombre de negocios, de hacer grandes reportajes, de salvar vidas, de formar una gran familia, hacer un descubrimiento científico o de transmitir creencias religiosas. Yo no tengo metas en mi vida. Yo solo necesito mi teclado. Yo. Yo. Yo. Puedo crear universos enteros, con miles de cientos de millones de estrellas sin un solo rincón a oscuras y destruirlos en un instante en un enorme espectáculo pirotécnico. Yo solo necesito sentarme frente a mi ordenador. No me importa en gran medida la ética o la moral, la economía o la política, las creencias o las religiones. 

   Mi familia me ha preguntado muchas veces por qué juego a videojuegos teniendo ya los 20 "tacos", que soy un hombre hecho y derecho, con su barba y todo. Pues por el simple motivo de que esos videojuegos estimulan lo único que me resulta valioso de mi mismo, mi mente, me abren puertas a universos desconocidos y estimulantes que de cualquier otra forma no podría conocer. Para cualquier otro puede resultar penoso, pero me hace gracia imaginarme conduciendo un tanque de la segunda guerra mundial o un helicóptero de ataque moderno, meterme en la piel de un soldado en una escaramuza con armas de fuego o jugar a los detectives en un manicomio. Muchas veces levanto la cabeza y me planteo lo que me espera fuera. Indiferencia. Mucha gente pasa por la vida pensando en dinero, en las personas del otro sexo, en el próximo "colocón", agobiados por los estudios o en dónde saldrán de fiesta el fin de semana. A veces me siento agobiado incluso hablando de literatura. La gente quiere medir, calificar, estructurar, memorizar. Simplificar lo complicado y complicar lo simple. No soy un encuevado, por su puesto. Me gusta disfrutar de un paseo al aire libre, una puesta de sol, una charla distendida y burlesca con algún colega, una cerveza, un intercambio fútil de ideas. Pero realmente nada se compara a mi teclado. He escrito versos y besos, guiños y sonrisas, caricias y tortazos. Lo que quiero ser, lo que no, lo que me gustaría que pasara ahí fuera y lo que no. Lo que me da miedo, lo que odio, lo que echo de menos, lo que me gustaría encontrar al abrir mi puerta un día. 

   Realmente quisiera encontrar la ilusión en la sonrisa de una chica, en sus ojos, en sus labios, en sus palabras; o en mi carrera, con un futuro brillante, o no, lleno de posibilidades y experiencias; tal vez en mi cuerpo para tonificar mi físico y convertirme en un Adonis. Pero ni siquiera necesito drogarme. Es tan lineal y solitario. Porque siento que un mundo de fantasía no puede ser salubre, que debería tener contacto con la realidad y experimentar en la vida. Pero siento que no encajo en ningún mundo. Lo he intentado. A veces me siento como si hablara con completos imbéciles cada cual más banal y estúpido que el anterior; a veces siento como si todo eso de lo que hablaran pillara lejos, allá, por Marte a la izquierda y luego todo recto. No planeo escribir los mejores versos del mundo, ni una trilogía universal y apartada del paso del tiempo. Ni siquiera espero algún día encontrar al amor de mi vida. Mi existencia se limita a cuándo llegará el momento de teclear y a cuándo dejar de hacerlo. La apatía y el vacío se apoderan de mi. 

   A veces me siento triste, quisiera lo que tienen otros, una novia, un sueño, una aspiración, un ideal. La vida parece no tener sentido cuando no tienes una meta, cuando no hay nada al final del camino por lo que intentar molestarse, solo la fría y oscura muerte. Al hoyo. Donde no importa cuanto dinero tuvieras, si fuiste amado u odiado, si aterrorizaste al mundo o pasaste inadvertido como los susurros de los caídos en el desierto. Ni siquiera tengo una razón de peso para levantarme de la cama y empezar el día con ilusión, ni por lo que perder el sueño emocionado. Solo abro los ojos y me planteo quedarme quieto y volver a dormirme para dejar que pase el tiempo, no evito nada, no busco nada. A veces me gustaría despertarme y tener a alguien a mi lado a quien poder abrazar y sentir el tacto de otra persona bajo mis dedos, que mis susurros no queden en la almohada, que mi calor no se disperse en el aire por las noches. Pero, ¿dónde encontrar a alguien que quiera compartir un presente sin futuro?

  No soy un gran seguidor de la música, escucho lo poco que conozco según como me sienta en ese momento o según mis necesidades; tampoco soy un cinéfilo, ni un bebedor empedernido, ni fumo ni me drogo, ni juego ni rapto adolescentes para fetiches; ni siquiera leo libros de un tipo concreto ni demasiados. En ocasiones pienso que estoy pasando por la vida como una hoja que se deja llevar por la corriente de aire, rodando por la calle hasta acabar en un cubo de basura o enrollada y mugrienta, deshecha en el lodo y despedazada por el viento.