lunes, 3 de noviembre de 2014

Filosofía barata

Un poco de filosofía barata. Todo el mundo lo hace, ¿yo no puedo? Nada que tenga fundamento, nada que esté comprobado. Porque esto de la filosofía barata es como el lado frío de la almohada: cuando le das la vuelta deja de estar fresquito y tienes que joderte la vida con la oreja sudada a ratos. Y es como todo, en los veranos podemos disfrutar de los breves instantes del frescor del lado oculto, pero hay inviernos en los que preferimos dejar nuestra almohada tal y como está, que se está bien así. Esos momentos de debilidad en los que te jode estar solo, pero entiendes que estar solo siendo débil te hace fuerte; momentos en los que echas de menos cosas que ni siquiera llegaron a ser en realidad, pero era invierno. Hasta que llego el verano y hubo que darle la vuelta a la almohada. Las cosas cambian a cada minuto que pasa. Morimos tan despacio que cuando llega el momento nos parece que la vida son dos días, tan despacio que ni nos damos cuenta y dejamos caer las hojas, llover en el mar y dejamos pasar delante a las chicas guapas en bikini. Si subimos a una montaña, es para mirar hacia abajo, si bajamos a un barranco es para mirar hacia arriba. Nadie mira al cielo cuando llueve. Nadie mira a quien tiene enfrente salvo si es un espejo, y recorremos el mundo buscando un espejo en el que mirarnos y algo que nos devuelva nuestras propias palabras. Un “tienes razón” da más ánimo que un “te equivocas”, hay quien lucha hasta que le dan la razón solo para que se calle o porque les apunta con un arma, hay quien tiene la razón pero ni se molesta en luchar. Montar el puzle de nuestras vidas, requeriría crear otro por montar en el que montamos el previo. Así que, ¿para qué andar montando puzles? ¿Para qué preocuparse por lo que tengamos o dejemos de tener? ¿Qué más da si el tiempo va o viene? ¿Qué más da estar soñando que vivimos o estar soñando con vivir? Si hasta los que no tenemos respuestas para nada tenemos derecho a preguntar cosas que no queremos que nos respondan. Si puede que, después de todo, la gracia de todo esto sea jugar a responderse a uno mismo algún día. Si no, no tendría gracia.